

Pinturas del artista santomense Eduardo Malé.
Hoy te voy a hablar del país de papá. Aquel pequeño estado en el golfo de Guinea. Un pequeño país insular que encierra todas las maravillas de África. Un país que además y principalmente por ser el de papá y tuyo también, consigue apasionarte nada más salir por las escalerillas del avión. La magia de África tan alabada por escritores y aventureros que a veces parece cosa de película ( “África es inolvidable, su olor ahonda en tu ser...”) es real y se hace paisaje y sentimiento en Santo Tomé y Príncipe. Si el jardín del Edén alguna vez existió, ese es Santo Tomé.
Salimos de Lisboa un 31 de octubre. El día estaba gris y lloroso y aunque la temperatura no era excesivamente fría ya se necesita una chaquetita de lana. La emoción en el Aeropuerto da Portela en Lisboa me embargaba cual niño chico. La preocupación de no habernos olvidado ni pasaportes ni regalos para nadie ocupaba mi mente mientras que papá siempre cool parecía estar tranquilo aunque yo sé que el también estaba expectante por ver a los abuelos, a la tía Lilia, familia, amigos y volver a su tierra después de algunos años sin visitarla. El avión partía a las 17 h pero salió con más de media hora de atraso por lo cual ya casi no había luz para ver uno de esos fantásticos atardeceres que solo se consiguen ver desde los aviones. Sólo al sobrevolar Casablanca pude contemplar aquellos colores fucsias, amarillos y naranjas que solo el sol puede conseguir al ocultarse en su ocaso todos los días. Y rumbo al Suuuuuuuuuuur!!
Durante muchas horas solo se vió por la ventanilla del avión un manto negro ocultando las tonalidades diversas del desierto, la sabana y el océano. Únicamente papá emocionado me alertó de unas lucecillas tenues al fondo, en el medio de aquella pasmosa oscuridad que parecía un bando de luciérnagas. “Ya estamos llegando, aquello es Santo Tomé”, yo medio sorprendida medio decepcionada pregunté “Aquello es Santo Tomé?!” Y es que la electricidad allí es a 125V con lo cual aquellas “farolitas” en la noche ecuatorial parecían las de un mísero pueblo de Castilla entre lomas y cerros. Las luces desaparecieron de repente y el avión comenzó a girar para tomar posición de aterrizaje. Confieso que aunque adoro volar y me fascina el ajetreo de los aeropuertos fue una experiencia “diferente” porque aquel tomar tierra donde casi ni se veían las luces de la pista, y papá que me había dicho que casi no tenía espacio y terminaba al borde del mar..... provocó una explosión de adrenalina momentánea hasta que sentí al avión tocar con las ruedas en el suelo. Pero todo salió bien y allí estábamos nosotros prestes a empezar una semana de vacaciones, de volver ver a los abuelos, de conocer a parte de la familia de papá que vive allí, de interiorizar olores nuevos, descubrir otros paisajes y otras gentes, en definitiva de vivir experiencias nuevas que jamás olvidaré y que pronto espero revivir. (La próxima vez ya contigo)
Papá había estado preocupado porque mi apariencia frágil, que siempre asustó a su familia (aunque ya descubrieron que estaban equivocados!), le hacía temer que no me gustara su país (valiente tontería!!), y de que aunque estábamos perfectamente vacunados y ya tomábamos quinina desde 15 días atrás, mamá cogiese Paludismo o fiebre amarilla o algo así.
Cogimos los bultos de mano y emocionados comenzamos a descender del avión. Allí a borde de pista, porque el pequeño aeropuerto internacional de Santo Tomé es muy peculiar...., estaba el abuelo Tino y la Abuela Carmo vestida majestuosamente con una de sus fantásticas túnicas africanas de gala esperándonos!
Continuará......